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''Sobreproteger es desproteger''

Actualizado: 14 feb 2019

¿Es necesaria una reflexión crítica y, por tanto, constructiva del actual modelo de enseñanza?

A veces, por querer dárselo todo, se lo estamos quitando todo. (Anna Mascaró)

Esta necesidad de una reflexión no tiene como finalidad etiquetar los actuales comportamientos parentales como buenos o malos, sino de reorientar nuestra actuación con los más pequeños para el desarrollo de su personalidad y habilidades resolutivas.


LUGAR A LA REFLEXIÓN

Está claro que los tiempos han cambiado y, aunque estos cambios hayan supuesto muchos avances en unos aspectos, en otros parece que hemos retrocedido. Y es que diferentes estudios comprueban que hoy en día nos encontramos con niños/as:


- Más 'torpes' y menos adaptables al cambio. Van de la sillita al coche y no saltan, no corren, no caminan suficiente, no se caen.

- Más inmaduros, siendo incapaces de hacer cosas tan cotidianas como abrir un grifo.

- Con menos capacidades de responsabilidad, debido a la aparición de los padres/madres agenda.


Hiperproteger. Mimar. No dejar que el niño explore. No dejar que el niño experimente otras emociones que no sea la alegría. No permitir que se manche en las actividades de arte. Desautorizar al profesor para ceder ante el niño. Hacer creer al niño que es y debe ser el centro en cada momento. Rendirse por evitar que llore. Y muchas cosas más.


Todas estas afirmaciones constituyen un símil de lo que hoy conocemos como sobreprotección y que seguramente a muchos/as de vosotros/as os suenen y tengáis que lidiar con ellas día a día. Todo ello me ha llevado a pensar ¿por qué? ¿por qué se va extendiendo cada vez más este tipo de crianza a pesar de las fuertes consecuencias que tienen sobre el desarrollo del niño? ¿Acaso queremos formar niños/as débiles socialmente hablando, sin capacidad de decidir por sí mismos, inseguros y con baja tolerancia a la frustración? ¿Qué es lo fácil? Lo que sí está claro que lo difícil es saber decir que no, hacerles razonar y educar en valores.


Si bien sabemos, hoy en día están muy en auge los planes de Inteligencia Emocional (por suerte) e incluso los padres lo ven como algo prioritario a la hora de elegir centros. Sin embargo, luego vemos cómo la realidad del entorno del niño/a dista mucho de lo que entendemos por alfabetización emocional. Y luego nos extrañamos de por qué llegamos a la edad adulta con muchas carencias a nivel de gestión de conflictos, estrés, baja autoestima, incapacidad para mostrar nuestros sentimientos o de explicarlos, etc.


En primer lugar, ¿por qué es malo que el niño/a llore? Con esto no queremos decir que pueda pasarse el día llorando, porque eso tampoco supondría una adecuada gestión emocional. Pero al fin y al cabo se trata de una etapa en la que está conociendo todas y cada una de las dimensiones de su cuerpo y su personalidad, y para comprender esas emociones necesita experimentarlas. Necesita enfadarse para canalizar sus frustraciones, llorar para desahogarse, tener miedo para aprender a enfrentarse a él, y, sobre todo, reír, reír mucho para ser feliz, que es de lo que realmente se trata. Pero no les privemos de todos los demás sentimientos.


Por qué frustrarnos cuando un/a niño/a llora porque otro/a niño/a tiene un bizcocho y él también, por todos los medios, lo quiere. ¿Hacemos que el niño/a que, felizmente, se está comiendo la merienda que le han hecho sus padres, le de la mitad? Porque claro, como hay que compartir… Sí, hay que compartir, debemos ser generosos, pero no a costa de cualquier cosa. ¿O es que nosotros, ya adultos, nos ponemos a llorar porque una persona que nos cruzamos por la calle tiene una chaqueta que yo quiero?


Al fin y al cabo, considero que la clave está en poner nuestra vista en el futuro y pensar cómo esos niños terminarán siendo de mayores y lo que queremos de ellos.


Yo, miro a mis alumnos/as, y pienso: QUIERO QUE SEAN PERSONAS CAPACES. Que si se caigan, sepan levantarse, pero claro, para eso, ¡tienen que caerse! Y ahí estaremos nosotros para animarles y decirles, ¡Venga arriba! ¡Tú solito puedes! Y qué contentos cuando pueden, ¿verdad?


Pero seguro que no sois pocos/as los que habéis recibido reprimendas porque un/a alumno/a se ha hecho un rasguño, porque tiene el pantalón lleno de arena (porque ha estado JUGANDO en el patio a hacer trasvases, construir montañas y castillos, en definitiva, a experimentar con la arena) o porque su camiseta se ha manchado de pintura (porque ha hecho una actividad en la que ha explorado con los sentidos, han desarrollado sus habilidades artísticas y ha exteriorizado su mundo interior).


Sin embargo, puede que toda surja del dilema de cómo ser un buen padre: ¿Qué es lo mejor para mi hijo/a? ¿Tiene que ser el mejor? Si dejo que decida y exija en cada momento, sin atender a normas sociales y de convivencia, ¿crecerá siendo más feliz? Si mi hijo/a quiere llevar a toda costa a clase una galleta aún sabiendo que hay un niño alérgico, ¿tiene que llevarla para que no se enfade? ¿No será mejor explicarle las razones y educarle en valores de respeto y, de paso, desarrollamos habilidades como el razonamiento y el diálogo?


Os recomiendo ver esta conferencia del Psicólogo Javier Urra que explica muy bien las bases de una educación sana:


Ser un buen padre / buena madre

Este es uno de los grandes enigmas, especialmente en una sociedad donde nos falta tiempo.

Está claro que no existe un modelo único ni verdadero sobre ser un buen padre / buena madre o un estilo de educación mejor o peor, pero sí unas bases de las que partir, con el fin de conseguir crear niños suficientemente competentes en la edad adulta.


Hace no mucho me encontré con un reportaje muy interesante en el que la periodista Eva Millet, autora de 'Hiperpaternidad', hablaba de los tipos de padres y madres que existen en la actualidad y cómo se ha llegado a confundir protección con sobreprotección, servir de guía con ser guardaespaldas y ayudar con hacer. Son conceptos muy similares pero que tienen matices que pueden cambiarlo todo. Y es que entre las labores de un padre y una madre está la de, sobre todo, hacer felices a los niños/as, pero ello no implica que tengan que vivir en un mundo de plastilina, donde todo es moldeable e indoloro.


¿Por qué? Porque un día crecerán y descubrirán que esa no es la realidad.Porque si les hacemos crecer en una burbuja, esa burbuja un día explotará. Porque como dice Javier Urra no podemos creer que cualquier cosa puede traumatizar a nuestro hijo.



La hiperprotección

La #hiperprotección no es más que la tendencia a evitar, por encima de todo, que el niño/a se enfrente a experiencias negativas, facilitarles las tareas o no dar un no como respuesta. ¿Qué conseguimos con esto? Personas que no tienen autonomía ni las suficientes herramientas para resolver los conflictos por sí mismas y gestionar sus emociones. Y estos son unos de los objetivos principales de la infancia. Ellos/as necesitan realizar cosas por sí mismos para un desarrollo equilibrado de su personalidad. Porque recordando a Montessori, 'cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo'. Si nos fijamos, cada vez tenemos a nuestro alrededor niños/as más dependientes y con mayor necesidad de búsqueda de aprobación. Y esto no es más que resultado de una falta de seguridad en sí mismos y del miedo al error. Ello se debe a que el término AUTORIDAD va adquiriendo una connotación negativa. Pero cuando hablamos de autoridad, no os referimos a una dictadura educativa, sino a una autoridad basada en el respeto, el amor y el liderazgo con el objetivo de guiarles y acompañarles.


Por ello, tratemos de darles opciones, de cuidar de su bienestar pero dándoles alas para volar, experimentar y VIVIR. Porque hay dos regalos que hacerles a nuestros hijos: uno son los raíces y el otro las alas.

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